El Día de la Tierra es un día festivo celebrado en muchos países el 22 de abril. Su promotor, el senador estadounidense Gaylord Nelson, instauró este día para crear una conciencia común a los problemas de la superpoblación, la producción de contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales para proteger la Tierra (http://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_la_Tierra)
Imaginemos que estamos frente a un ciruelo de hojas rojas, el mismo color de la energía que irradia el núcleo de la Madre Tierra.
Abrazamos ese ciruelo y prestamos atención a la sensación de anclaje que se desprende del hecho de ser conscientes del peso de nuestros pies cerca de él y de cómo a través de ellos podemos absorber energía roja del alma del planeta tierra.
Esta energía se asienta en nosotros y transmuta cualquier sufrimiento o preocupación en amor, fuerza y claridad.
Nosotros absorbemos por nuestros pies hasta la cabeza energía roja terrenal que arrastra lo negativo y lo transforma para nuestro mayor bien. Este es el regalo rojo que nos brinda La Tierra y que veremos materializado en nuestra existencia en forma de experiencia o de mágica sensación. La energía roja que ahora nos recorre nos recuerda nuestro vínculo terrenal por derecho de nacimiento en este planeta y nos brinda la sensación de reconocernos hijos de la Madre Tierra, de esa madre, testigo de nuestro primer aliento en su regazo y de nuestro crecimiento hasta nuestros días sobre su faz. Esa madre que nos ama, que nos sustenta y que nos brinda lo necesario para subsistir y a la cual, desde nuestra posición meditativa, ofrecemos amor, respeto y agradecimiento. Antes de despedirnos, imaginamos al planeta como el punto azul más bello del Universo y le agradecemos el milagro de la vida que se gesta en forma de animales, plantas y personas desde hace millones de años en su vientre, al igual que lo hacemos con nuestra madre biológica, aquella que nos acogió en su útero y que nos hizo el mejor regalo: el de la vida aquí y ahora en este maravilloso planeta.
Otra meditación que nos proviene de la sabiduría de los duendes es la siguiente:
Visualizamos como con unos grandes brazos de luz somos capaces de abrazar el alma del planeta tierra y ella nos devuelve una lluvia de colores que nos penetra por el ombligo y asciende por la columna hasta el corazón. Así que ahora irradiamos una energía nutritiva y poderosa que el alma de Gaia nos ofrece a cambio de nuestro abrazo. Es una energía que podemos tomar y sentir cada vez que lo deseemos.
Sin embargo, una vez nos hemos recargado con esta energía multicolor y sus múltiples propiedades: alegría, paz, entusiasmo, felicidad, etc. enviamos un chorro de esta energía, la cual brota desde nuestro interior como una caudalosa cascada, a todo el planeta, de modo que bañamos cada parte de La Tierra con esta energía. Con este proceso, nosotros nos hemos enriquecido y fortalecido y, en agradecimiento, le hemos retornado al planeta parte de la energía que nos ha brindado pero recargada con nuestra arma más mágica y sublime: nuestro amor, ese amor que albergamos en el ser y que ahora hemos repartido al mundo. Podemos finalizar nuestra meditación pero nuestro abrazo continúa pues el vínculo con el planeta sigue…
Los gnomos son unos seres sensibles y tímidos que honran la naturaleza y habitan en los árboles. Los aman por encima de todo pues admiran en ellos su estabilidad, su conexión con el ser y el proceso de transformación de energía que opera en ellos. Los gnomos son tan receptivos y especiales que pueden escuchar a los árboles y hablar con ellos. Los gnomos nos aconsejan que cada día nos tomemos unos instantes para sentir a los árboles o sentirnos como ellos. Ellos siempre están ahí a pesar de todo, siguen impasibles y presencian y viven con aceptación todos los cambios de las estaciones. La brisa susurra entre sus hojas, los copos de nieve se posan en sus ramas cada invierno, la lluvia les alimenta y el sol les acaricia el alma en verano. Los árboles sienten desde el silencio del ser y de ahí nace una poderosa sabiduría que los conecta con el alma de la madre naturaleza pues ellos tienen la certeza de ser sus hijos, de estar arraigados en el ahora y de alimentarse del amor de algunos humanos y de los seres elementales, lo cuales los cuidan con devoción, además de los nutrientes que absorben sus raíces del manto terráqueo. Abrazar un árbol es abrazar la estabilidad, la paciencia y la observación desde el interior, esa que no etiqueta y que nace de la luz pura del ser. Abrazar a un árbol es fundirse con su proceso de renovación y/o floración cada primavera, habiendo dejado todo lo que no nos sirve durante los meses fríos para renacer transformados en la flor de nuestro corazón, esa flor que se abre libre y pura para disfrutar y tomar consciencia del instante que seguirá con su eterno proceso cíclico de transmutación a través del fruto, de su caída y de su eterno nacimiento.
1 comentario:
Hola Precio, Homenaje a la Tierra, precioso consejos y meditación. Muchas gracias.+Las imagenes bellisimas, adoro los arboles. Que sabios son los gnomos. no?
Feliz dia de la Tierra. Un fuerte abrazo.
Feliz Pascua.
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