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sábado, 30 de abril de 2011

Meditación con las llamas

Desde el silencio, la sensibilidad y la pureza del corazón de los duendes y los gnomos, nos llega esta meditación en la cual podemos visualizarnos tumbados o sentados en nuestro jardín mental de libertad y ligereza. El jardín es agradable y espacioso y en él podemos colocar la mejor de las bendiciones, la visión más hermosa que podamos imaginar. Está allí para nosotros y, desde este momento, agradecemos con la luz del alma que esté presente en nuestras vidas. En este jardín particular sentimos como la brisa se escapa de entre las hojas de los árboles a nuestro corazón y nos llena de plenitud y de calma infinita. El trino de los pájaros nos atraviesa el alma y parece querer estirarla hasta la profundidad del cielo. Es como si nos recordaran que venimos de allí, de esas estrellas centelleantes que cada noche velan por nuestros sueños.

La quietud de este jardín nos lleva a sentir a nuestro ser pletórico, en el centro del pecho, irradiando hacia fuera, pero nosotros nos centramos en sentirlo en la parte central del pecho para seguir profundizando y recreándonos en la infinitud y la certeza que brota de la conexión con el silencio interior, de la conexión auténtica con uno mismo.

Seguimos fundidos en la paz de este edén verde que nos invita a llenarnos de la llama violeta que nace desde nuestros pies y, lentamente, se eleva por todo nuestro cuerpo hasta nuestra coronilla. La llama violeta se lleva lo negativo para convertirlo en luz pura y radiante para cada una de nuestras células. Esta llama nos aporta seguridad y certeza para abrirnos a lo nuevo y lo desconocido e invitarnos a transformarnos en ese árbol cuyas raíces están fuertemente arraigadas sobre la tierra pero cuyas hojas y ramas se mecen en la dirección de viento que sigue su propio camino y se adapta a las corrientes de aire que se mueven en el instante. Y no habrá siempre golpes de aire pues el árbol sabe que en algún momento todo estará quieto y calmo pues él ha nacido del silencio y, por ello, el silencio regresará a él. Él sabe esperar con paciencia, confianza y aceptación.

Desde la posición de este árbol personificado en nosotros, los gnomos y los duendes nos sugieren que sigamos enraizados en la llama violeta que ahora emana de nuestro corazón y la reforcemos con la llama rosa del amor y las enviemos allá donde nuestro camino del alma esté escrito. Enviamos con confianza las llamas violeta y rosada desde nosotros hasta donde nos dicte el alma y aunque en ese momento no sepamos exactamente adonde la dirigimos, la vida acabará por llevarnos hasta ellas y allí estará esperándonos el poder de estas llamas regeneradoras, amorosas y divinas.

Compartimos este instante con la humanidad a la cual le enviamos el poder de estas llamas vivas en nuestro interior con la seguridad de que está hecho y abrimos los ojos para agradecerle a la existencia la magia de este momento.

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viernes, 22 de abril de 2011

Meditaciones por el planeta Tierra

22 de abril de 2011: el día del planeta Tierra.

El Día de la Tierra es un día festivo celebrado en muchos países el 22 de abril. Su promotor, el senador estadounidense Gaylord Nelson, instauró este día para crear una conciencia común a los problemas de la superpoblación, la producción de contaminación, la conservación de la biodiversidad y otras preocupaciones ambientales para proteger la Tierra (http://es.wikipedia.org/wiki/D%C3%ADa_de_la_Tierra)

Las hadas, los elfos y los gnomos nos susurran esta hermosa meditación que nos conecta con el corazón de la Madre Naturaleza:

Imaginemos que estamos frente a un ciruelo de hojas rojas, el mismo color de la energía que irradia el núcleo de la Madre Tierra.

Abrazamos ese ciruelo y prestamos atención a la sensación de anclaje que se desprende del hecho de ser conscientes del peso de nuestros pies cerca de él y de cómo a través de ellos podemos absorber energía roja del alma del planeta tierra.

Esta energía se asienta en nosotros y transmuta cualquier sufrimiento o preocupación en amor, fuerza y claridad.

Nosotros absorbemos por nuestros pies hasta la cabeza energía roja terrenal que arrastra lo negativo y lo transforma para nuestro mayor bien. Este es el regalo rojo que nos brinda La Tierra y que veremos materializado en nuestra existencia en forma de experiencia o de mágica sensación. La energía roja que ahora nos recorre nos recuerda nuestro vínculo terrenal por derecho de nacimiento en este planeta y nos brinda la sensación de reconocernos hijos de la Madre Tierra, de esa madre, testigo de nuestro primer aliento en su regazo y de nuestro crecimiento hasta nuestros días sobre su faz. Esa madre que nos ama, que nos sustenta y que nos brinda lo necesario para subsistir y a la cual, desde nuestra posición meditativa, ofrecemos amor, respeto y agradecimiento. Antes de despedirnos, imaginamos al planeta como el punto azul más bello del Universo y le agradecemos el milagro de la vida que se gesta en forma de animales, plantas y personas desde hace millones de años en su vientre, al igual que lo hacemos con nuestra madre biológica, aquella que nos acogió en su útero y que nos hizo el mejor regalo: el de la vida aquí y ahora en este maravilloso planeta.

Otra meditación que nos proviene de la sabiduría de los duendes es la siguiente:

Visualizamos como con unos grandes brazos de luz somos capaces de abrazar el alma del planeta tierra y ella nos devuelve una lluvia de colores que nos penetra por el ombligo y asciende por la columna hasta el corazón. Así que ahora irradiamos una energía nutritiva y poderosa que el alma de Gaia nos ofrece a cambio de nuestro abrazo. Es una energía que podemos tomar y sentir cada vez que lo deseemos.

Sin embargo, una vez nos hemos recargado con esta energía multicolor y sus múltiples propiedades: alegría, paz, entusiasmo, felicidad, etc. enviamos un chorro de esta energía, la cual brota desde nuestro interior como una caudalosa cascada, a todo el planeta, de modo que bañamos cada parte de La Tierra con esta energía. Con este proceso, nosotros nos hemos enriquecido y fortalecido y, en agradecimiento, le hemos retornado al planeta parte de la energía que nos ha brindado pero recargada con nuestra arma más mágica y sublime: nuestro amor, ese amor que albergamos en el ser y que ahora hemos repartido al mundo. Podemos finalizar nuestra meditación pero nuestro abrazo continúa pues el vínculo con el planeta sigue…

Los gnomos son unos seres sensibles y tímidos que honran la naturaleza y habitan en los árboles. Los aman por encima de todo pues admiran en ellos su estabilidad, su conexión con el ser y el proceso de transformación de energía que opera en ellos. Los gnomos son tan receptivos y especiales que pueden escuchar a los árboles y hablar con ellos. Los gnomos nos aconsejan que cada día nos tomemos unos instantes para sentir a los árboles o sentirnos como ellos. Ellos siempre están ahí a pesar de todo, siguen impasibles y presencian y viven con aceptación todos los cambios de las estaciones. La brisa susurra entre sus hojas, los copos de nieve se posan en sus ramas cada invierno, la lluvia les alimenta y el sol les acaricia el alma en verano. Los árboles sienten desde el silencio del ser y de ahí nace una poderosa sabiduría que los conecta con el alma de la madre naturaleza pues ellos tienen la certeza de ser sus hijos, de estar arraigados en el ahora y de alimentarse del amor de algunos humanos y de los seres elementales, lo cuales los cuidan con devoción, además de los nutrientes que absorben sus raíces del manto terráqueo. Abrazar un árbol es abrazar la estabilidad, la paciencia y la observación desde el interior, esa que no etiqueta y que nace de la luz pura del ser. Abrazar a un árbol es fundirse con su proceso de renovación y/o floración cada primavera, habiendo dejado todo lo que no nos sirve durante los meses fríos para renacer transformados en la flor de nuestro corazón, esa flor que se abre libre y pura para disfrutar y tomar consciencia del instante que seguirá con su eterno proceso cíclico de transmutación a través del fruto, de su caída y de su eterno nacimiento.

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